Por José Luis Cabrera
Soy partidario de una historiografía muy libre que, junto a las vías de investigación documental y bibliográfica, preste atención a la tradición oral, a las anécdotas familiares, a sucesos en apareciencia desprovistos de importancia o con un interés meramente personal, pero que ayudan a contextualizar y entender la historia colectiva. Este es un blog que dedico a mi familia materna, que imagino que leerán sobre todo mis familiares, lo cual me da libertad para contar algunos de los recuerdos que escuché relatar a mi abuela Soledad.
![]() |
Mª Soledad Román Puchol |
María de la Soledad Román Puchol nació en Granada el 3 de marzo de 1903, hija del impresor Francisco Román Camacho y de Ramona Puchol Camacho, su esposa y prima. Nació en la plaza de Santa Ana y fue bautizada en la iglesia del mismo nombre.
![]() |
Plaza de Santa Ana. Soledad nación en uno de los edificios de la derecha y fue bautizada en esta iglesia |
De niña vivió con su familia en diferentes domicilios: la plaza del Ochavo, desde cuyos balcones veían al torero Lagartijillo, que paseaba y se concentraba en dicha plaza antes de cada corrida. Luego residieron en un carmen del Albaicín, llamado carmen de Santa Teresa. Y por fin su padre adquirió la casa sita en calle Horno de Haza, nº 4, cerca del jardín botánico. Un edificio de varias plantas, con fachada configurada en el siglo XIX aunque databa del siglo XVIII, y en cuyos bajos se ubico la imprenta familiar.
Variados vecinos: mi abuela recordaba que su calle, Horno de Haza, reproducía la mezcla social que se daba en toda Granada. En la misma calle coincidían corrales de vecinos pobres, edificios burgueses como el de mi familia y palacetes nobiliarios como los tres que aún existen en la acera de los números impares.
Justo frente a la vivienda que ocupaba la familia Román Puchol estaba el palacete de los Marqueses de Ruchena, que más adelante fue adquirido por los Rodríguez Acosta.
Vehículos: en las primeras décadas del pasado siglo, las familias pudientes conservaban a la vez el coche de caballos y tenían también los primeros automóviles. Mi abuela, recuerda como sus vecinos los Marqueses de Ruchena sacaban unas veces el carruaje y otras el automóvil, evidentemente con chófer. Soledad recordaba también la estampa venerable del anciano Marqués de Casablanca, poderoso y respetado en Granada, desplazándose siempre en un coche de caballos.
Los tíos de mi abuela, Eduardo García Carreras y María Luisa Puchol, también tenían coche de caballos propio en Madrid, del que conservamos una fotografía en la que aparece su hija.
![]() |
María Luisa García-Carreras y Puchol prima de Soledad |
Lutos: la muerte imponía su liturgia propia en aquellos años. Mi abuela recordaba una epidemia de gripe que fue letal para una gran parte de la población en Granada. Su memoria evocaba las iglesias llenas de una multitud de personas vestidas de negro, porque había muertos en todas las familias. Las viudas, llevaban un doble velo negro: uno corto llamado "toca" que tapaba la cara, y otro más largo que caía por la espalda, llamado "pena". Los duelos estaban bien codificados, el alivio de luto suponía la incorporación de algunos adornos. Y el "medio luto" permitía vestir de blanco y negro o de morado.
El fallecimiento de su madre, Ramona Puchol Camacho, fue un gran drama para mi abuela, y no fue a causa de la gripe sino por lo que entonces se llamaba "cólico miserere". La agonía se alargó y la pusieron durante un rato en el suelo porque había una tradición de que los devotos de la Virgen del Carmen debían morir en el suelo. Tras fallecer la amortajaron con hábito de monja. Hay una fotografía pavorosa del cadáver, que quizás algún día publique.
La relación entre mi bisabuela Ramona y su hermano, el notario Antonio Puchol Camacho, había sido tensa en vida. Mi abuela Soledad era la sobrina que el notario mejor toleraba, por su carácter amable y porque se parecía mucho a su hija (María Luisa Puchol Marín). Y fue Soledad la encargada de visitar a su tío y pedirle que contribuyera a que la familia llevara un duelo digno (ya que la difunta dejaba un viudo y diez hijos). El notario pagó el luto de la familia enviando los cortes de paño negro para hacer los trajes.
![]() |
Francisco Román Camacho y sus hijas de luto por su esposa y madre. Las niñas de izquierda a derecha: Consuelo,Virginia y Soledad Román Puchol |
El notario: Mi abuela, como he dicho, tenía una buena relación con su tío el notario y su familia. Antonio Puchol Camacho tenía una magnífica villa neomudéjar, que mi abuela y mi madre han visitado. También coincidían con él en los veraneos en Lanjarón, a cuyo balneario se acudía a tomar las aguas.
El ajetreo de una casa: una vivienda familiar a principios del siglo XX dista mucho del aspecto actual. La casa de mi abuela era un trasiego continuo. La familia era numerosa: padre y madre (luego madrastra) y nueve hijos. Servicio estable u ocasional (por ejemplo iba a una lavandera a hacer la colada). En los bajos los empleados de la imprenta. Y las continuas visitas en una época en que el estilo de vida era más comunitario: la abuela, tíos, primos, amigos de los hijos, pretendientes de las hijas, e incluso personas a las que se les ayudaba económicamente de una forma regular y que pasaban a formar parte del paisaje familiar cotidiano.
Visitaba la casa, entre otras personas, la que había sido ama de cría de mi bisabuela Ramona, a la que llamaban "el ama perdiz". El ama perdiz vivía en un pueblo y venía a la ciudad andando; pasaba la noche en la casa, donde se le ponía una butaca junto a la chimenea para dormir, y al día siguiente volvía caminando a su pueblo.
Fray Leopoldo de Alpandeire era un visitante asiduo a ésta y a tantas otras casas granadinas, donde pedía limosna como fraile mendicante.
Un viejo pedigüeño, conocido como "Cepillo", entretenía a la familia con historias inventadas, mentiras increíbles, que sobre todo mi tatarabuela Amalia Puchol escuchaba encantada como diversión. Por ejemplo, Cepillo contaba que cuando iba a Madrid visitaba a la reina en el Palacio Real, y que "la Reina le decía a la duquesa Malpica: Malpica ve y hazle unos huevos fritos a Cepillo". Estas invenciones, dignas de Valle-Inclán, reflejaban bien la situación de necesidad de muchos ancianos en tiempos en los que no existía ningún tipo de subsidio. El pobre Cepillo veía un plato de huevos fritos en la cúspide de la sociedad.
Carnaval: la actitud ante las fiestas de carnaval, antes de la Guerra Civil, era un ejemplo de la moralidad de la clase media. Mi abuela y sus hermanas tenían prohibido salir a la cale en esos días, y veían los disfraces de los demás desde los balcones. En la mansión nobiliaria de enfrente se celebraban bailes de máscaras. Y las clases populares también lo festejaban en la calle. Pero para una clase media acomodada y religiosa, el carnaval era sinónimo de exceso e inmoralidad.
Canciones: Una zarzuela o cuplé que se ponía de moda, era cantado por todo el mundo y se escuchaba por todas partes, de viva voz. Había una cultura musical común a todos. Algunas canciones eran atrevidas, y las madres y las abuelas regañaban a las niñas por cantarlas. Mi abuela cantaba, por ejemplo, una copla de su juventud que luego no he llegado a localizar, dedicada al norteamericano Ku-Kux-Klan, que hoy sorprende por lo racista y frívolo. La reproduzco tal como la recuerdo:
Salen disfrazados de capirotes y sayón
como nazarenos en una extraña procesión,
y a deshoras de la noche, cuando las doce en punto dan
a los negros en la hoguera, los sacrifica el Ku-Kux-Klan.
Pero yo me he enterado que guapos y rubios son,
no pensaba ir y ya voy a Nueva York.
Ku-Kux-Klan, Ku-Kux-Klan, ya no me das terror,
no pensaba ir y ya voy a Nueva York.
Religión: La religión lo impregnaba todo pero, quizás, el rigorismo era más aparente que real. Rememoraba mi abuela las funciones en la iglesia de San Juan de Dios, una de las más barrocas de Granada, en la fiesta del santo. Se abría el camarín y la iglesia resplandecía como un ascua. Llevaban a los mejores predicadores, de forma que incluso asistían personas que no iban a misa habitualmente. Mi abuela también era asidua a la iglesia de los Redentoristas, donde estaba el icono del Perpetuo Socorro. El confesor de la familia, padre Esteban, era redentorista. Había turnos de rezo y ejercicios espirituales separados para caballeros, para damas casadas, para señoritas. El de solteras era muy concurrido y, a la salida, numerosos hombres esperaban para ver salir a las señoritas.
Mi bisabuela, Ramona Puchol, era muy religiosa. Con frecuencia vestía el hábito de Santa Rita, negro con una correa de cuero. De salud frágil y extenuada por los partos y abortos naturales, tenía licencia de su confesor para no asistir a misa.
Entre los hermanos de mi abuela los había muy religiosos (por ejemplo su hermana Consuelo, que profesó en las Hermanitas de los Pobres) y otros anticlericales. Era un anticlericalismo diferente al laicismo antipático de hoy; por ejemplo, se indignaban si un sacerdote no estaba bien revestido.
Por ejemplo, un hermano de mi abuela se bajó de la acera para dar paso a un sacerdote anciano. El sacerdote dijo: "menos mal que todavía alguien respeta estos hábitos". Y mi tío-abuelo le respondió: "yo respeto sus años, no sus hábitos". Ese anticlericalismo, expresado con total libertad, siguieron exhibiéndolo durante el régimen de Franco, sin problema alguno.
La "rebelión de la alpargata": En las primeras décadas del siglo XX aún se diferenciaban las clases sociales en el vestir, por motivos no solo económicos sino sociales. Las mujeres pudientes llevaban abrigos, sombreros, velos, zapatos; las clases populares, pañuelos en la cabeza, mantones, alpargatas de esparto. Lo que no siempre significa ir mal vestido ya que los mantones se llevaban con donaire. En septiembre de 1920 se produjo en toda España la llamada "rebelión de la alpargata"; los ciudadanos protestaron contra el precio del calzado y su mala calidad, y también por las condiciones de casi esclavitud de los trabajadores fabricantes de zapatos. A la protesta se unieron personas de todas las clases sociales, que en muchos casos y por unos días cambiaron los zapatos por zapatillas de esparto. Por ejemplo el diario SUR de Málaga relata que el catedrático Muñoz Cobo, fue aplaudido por sus alumnos del instituto Gaona al presentarse en clase calzado con alpargatas.
También mi abuela Soledad vivió sus cinco minutos de gloria "libertaria". Tenía 17 años y decidió unirse a la protesta calzándose unas alpargatas. Fue al mercado, y lo recorrió entre los aplausos de los vendedores de los puestos. Se consideraba la protesta un acto de solidaridad con los más desfavorecidos.
![]() |
Fotografía de la "rebelión de la alpargata" tomada del diario SUR de Málaga |
Estudios: las mujeres de mi familia sabían todas leer y escribir, y también en las generaciones anteriores a mi abuela (su madre, su abuela y tías-abuelas, etc). Sin duda la dedicación a la imprenta era un ámbito que favorecía la cultura en la familia.
Mi abuela acudió a un colegio de monjas, como sus hermanas, luego la pasaron a un colegio público "porque las monjas no enseñaban nada".
Sin embargo era infrecuente que las mujeres realizaran estudios superiores. Fue gracias al confesor de la familia, el padre Esteban, que mi abuela hizo la carrera de Magisterio. El sacerdote convenció a mi bisabuelo de que permitiera a mi abuela seguir estudiando, dada su inteligencia. Fue la única de sus hermanas que realizó estudios después del colegio.
Estudió Magisterio en la Escuela Normal de Granada, donde se formaba a las futuras maestras. Ya no estaba prohibido llevar la cabeza descubierta, pero sí mal visto. Cuando alguna alumna iba a clase sin velo, los profesores decían: "cabeza loca, no quiere toca". Mi abuela ideaba sus propios trajes según los veía en carteles de cine, y su madrastra, Agustina Puchol Camacho, se los cosía, con drapeados y diseños originales. Las demás alumnas le decían: "pareces la Bertini" por la actriz de cine mudo Francesca Bertini.
Tras acabar los estudios, aprobó las oposiciones de Magisterio. Se examinó dos veces. La primera bordó el examen, su tío Antonio Puchol, el notario, le dió una petaca de coñac y entró al examen oral muy entonada, de forma que al final el tribunal la felicitó diciéndole: "qué manera más graciosa de explicar". Sin embargo, por razones políticas del momento, suspendieron a todos los opositores de Granada.
El segundo examen lo aprobó sin problemas. Su título de maestra es de 1930. Las prácticas las hizo en el Colegio Alcazaba-Cadima, en el Albaicín. Y su primera plaza en propiedad la tuvo en el pueblo de Olivares. Luego obtendría plaza en Melilla, aunque casi siempre estuvo en excedencia, por razones familiares.
![]() |
Antigua Normal de Magisterio |
Boda: mis abuelos se conocieron en Granada. Mi abuelo, Pedro Ortiz Quevedo, estaba haciendo el servicio militar allí, aunque era natural de Vélez-Blanco (Almería). Además de hacer el servicio militar, estudiaba Magisterio en la Normal, y en clase se hizo amigo de Ramón Román Puchol, y de esa forma conoció a su hermana Soledad. Tras la guerra de África, volvió a Granada para casarse con mi abuela, en la iglesia de los Santos Justo y Pastor, donde también se habían casado mis bisabuelos. Como anécdota, el sacerdote amigo de la familia dijo en la homilía: "Y a ti, esposa, tu misión es sufrir y amar, amar y sufrir". Tras la ceremonia, mi abuela entró a la sacristía y, medio en broma medio en veras, le dijo al oficiante que no estaba de acuerdo con aquello. Tras la boda se fueron a vivir a Marruecos, pero esa es ya otra historia.
![]() |
Foto de boda de mis abuelos Soledad Román Puchol y Pedro Ortiz Quevedo |
![]() |
Mi abuela Soledad |
No hay comentarios:
Publicar un comentario